A fines del siglo XIX y principios del XX las diligencias de carga y pasajeros luego de
largas peripecias por los duros caminos, se enfrentaban al río Santa
Lucía que permitía el cruce del mismo a través de una balsa que usaba
como sistema de propulsión la tracción animal, quienes tiraban de un
cable extendido entre ambas márgenes. Los “valientes” pasajeros de entonces que viajaban a la
capital tenían que sortear un duro viaje enfrentando el camino nacional
que contaba con tramos intransitables en los meses de invierno. La situación sería subsanada pocos años después con la inaugración de puentes ferroviarios y carreteros entre los que se destaca el puente giratorio de la Barra Santa Lucía.
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